jueves, 11 de mayo de 2017

Mama! hay un monstruo bajo de mi cama, Andres River.

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CAPITULO I
Era una calurosa noche de agosto. Peter se había mudado con su familia a una vieja casa, a las afueras de la ciudad. No era la típica mansión encantada...De esas que dan miedo y a la mañana siguiente apareces con un cuchillo clavado en la espalda. Era una casa, eso sí, enormemente enorme. 
No había ningún rumor sobre ella. Y eso era raro, porque los ancianos siempre sacaban historias inciertas de cosas que después no eran verdad. 
No es que fueran mala gente, o pretendiesen meterles miedo. Quizás es que...Querían meter algo de emoción a los nuevos vecinos...Para agrandar la población...El turismo o...Quién sabe.   
Esa noche, hacía un calor horroroso. Pero, a pesar de eso, el pequeño Peter se tapó con todas las mantas que encontró. 
La casa le aterrorizaba. Le parecía que, en cualquier momento, alguien abriría la puerta de su cuarto, sacaría sus fríos y largos dedos, y lo estrangularía sin piedad.       
La vieja mansión estaba hecha de madera. Y a menudo emitía crujidos que daban grima, y acojonaban mucho.     
El sudor recorría todo el cuerpo de Peter y ya empezaba a asfixiar ahí debajo. 
Eso indicaba que tenía que sacar la cabeza, ahí, al vacío, donde unas manos rígidas y gélidas lo podrían tocar, o unos ojos negros y profundos lo podrían estar mirando sin quitarle ojo.  
Peter se llenó de valor y sacó la cabeza; estuvo un, dos, tres y cuatro segundos. No pasaba nada. Así que se quedó más tranquilo.  
Otro crujido resonó por toda la casa. Peter se escondía como un conejo que corre a su madriguera.     
La boca se le resecaba lentamente.                                                                             -¡Valla!, me tengo que levantar...No..., no...-Pensaba.                                                 En un momento, se levantó y corrió hacia la puerta. 
El enorme pasillo de por lo menos 2 metros y medio que daba a la cocina de hacía burla. Como si le dijese: -Ven aquí...ven aquí y te atraparé.   
Peter no quería correr. Encendió su candelero y caminó lentamente contemplando los cuadros antiguos colgados de la pared, que le seguían con los ojos. Él pensaba que eso indicaba que en la cocina le esperaba una sorpresita. Tragó saliva y siguió caminando. Hasta que por fin llegó. Alumbró la cocina con su pequeña vela que se consumía lentamente. Tomó un vaso y cogió un poco de agua de una pila. Después de eso, el sudor desapareció, y la paz y la tranquilidad volvieron a dejarse ver.     
Ya con menor miedo, el pequeño volvió a su cuarto, apagó la vela e intentó dormise.    
De repente, desde debajo de su cama, le despertaron unos golpes que parecían dados con los nudillos. Como quien llama a una puerta.   

El miedo volvió a abrazar al pequeño. Pero este, valiente, aproximó la cabeza lentamente para ver lo que estaba tocando bajo su cama... 

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